te hice una promesa: volverte a ver así.


Suspiras feliz. En tu cara se forma la sonrisa más grande de toda la tarde. La que llevabas esperando soltar al fin después de todo aquel tiempo reteniéndola delante suya. Porque no lo puedes evitar, porque cada vez que estás con él, cada vez que te abraza, que te toca, que su presencia hace respirar a todos y cada uno de los poros de tu piel, cuando te pica y luego se vuelve simplemente encantador y haces como que pasas de lo que el te diga aunque en el fondo mueras de ganas de gritarle lo mucho que le quieres. Cuando al verle triste le das el mayor abrazo de tu vida. Cuando sabes que después de tantos, que después de todas las historias que viviste y vivirás, quieres que él  siga ahí siempre. Que no se vaya nunca. Porque el es el que te levanta el animo cada vez que estas mal y sientes que no eres nada en el mundo. Porque él es el que te saca esas sonrisas que nadie más consigue, porque el es con el que te ríes hasta no poder más, porque es con él con el único que esos silencios se convierten en algo especial, con el que con solo miraros a los ojos os comprendéis mejor que con todas las palabras del diccionario entero, porque es él. Y entonces te planteas...¿y si fuera verdad?¿y si lo que ocurre es que te has enamorado de él?¿y si descubrieras que a él también le pasa lo mismo? Pues si fuera así surgiría una historia propia de película, de esas que se hacen realidad. Esas en las que no hace falta comer perdices para ser felices.