Hincharnos a porros, comernos los morros.

Tonta. Parezco tonta cuando me dice esas cosas y mi estúpida sonrisa me delata. No puedo disimular ese insignificante cosquilleo que siento cuando me toca, ese brillo en los ojos con tras cada broma o ese nerviosismo que me ataca cada vez que me mira. Prefiero llamar destino a lo que no es más que un puñado de casualidades. Que ya no se diferencia mi imaginación de la realidad. Llamar obsesión a algo que se podría convertir en amor si en mis manos sólo no estuviera. Así que no hagas trampas, que sabes ya de sobra cual es mi debilidad.

Se llama amor, mi amor.


El amor no es algo que se vaya construyendo lentamente. No. El amor es todo o nada. O está, o nunca estará. Y cuando ocurre, ocurre de manera absoluta, y muchas veces absurda. El amor es ciego, y los amantes no son capaces de ver las locuras que cometen. 
En la vida real no hay finales felices, ni finales tristes, sólo existen los nuevos comienzos. Ya que las cosas sólo terminan para dar pie a que ocurran otras mejores. Para soñar hay que empezar de cero. Porque la suerte ayuda a los que quieren volar más allá del mar, más allá. del miedo. Y cerrar los ojos siempre es lo primero. Y quizás, algún día no muy lejano, me convierta en una de esas parejas a las que siempre he odiado, o mejor dicho, envidiado.
Lo que fácil viene, fácil se va. Para bien o para mal, yo creo en el amor a primera vista. Debo confesar aquí y ahora que me ha pasado. Y hubiera sido bonito, podría haberlo sido, sí, pero no fue mutuo. Aún confío que él sea más de amores a segunda vista, o a tercera...
 ¿Quién dijo nunca?

Decir que no, pensando que sí.

Ha llegado ese momento en el que ya no siento nada. No siento amor, ni odio, ni celos, ni envidia, ni rencor, ni cariño, ni compasión, ni miedo, ni pena, ni ganas, ni nada. Ahora me callo todo. Ahora soy insensible, pongo la mente fría, y me río de todos aquellos que sufren o quieren. Yo no sufro, ni quiero. Me río del amor, de las parejas, de los besos y de las mentiras. Me río de los 'te quiero' y de todos los semejantes. Me río, sí. Me río porque ya he aprendido a no creerme lo primero que me dicen, ni lo segundo, ni lo tercero...  Yo creo en los hechos, no en las palabras. Creo en los impulsos, y no en las planificaciones. Así que, si siento algo, lo haré, no necesito pensarlo.