No es orgullo, sino dignidad.

Dos personas.
Se miran pero ya no ven nada, ya no se acuerdan sus miradas, se han vuelto desconocidos sin demasiadas ganas de volver a encontrarse. A veces ese amago de saludarse se vuelve en nada cuando se mezcla con nuestro orgullo, y seguimos el camino dejando todo atrás. Ya no nos acordamos de cuando nos dijimos adiós. Tampoco sabíamos que iba a ser para toda la vida, aunque ni en toda una vida dejaremos de pensarnos.
Era cosa de dos, y no se quien fue quien se rindió antes. Y ahora esperamos a que el otro de el paso, a que el otro nos demuestre que no somos los únicos que sabemos echar de menos. Pero en realidad sabemos que no pasará, porque existe un orgullo, o quizás mejor llamarlo dignidad. ¿Por qué tengo que ser yo? Y con esa pregunta se acaba todo, y con esa pregunta nos perdemos muchas cosas. Orgullo, dignidad, estupidez, llámalo como quieras, pero no nos llevará muy lejos. Sólo conseguirá alejarnos más, aunque no sea lo que queramos.
Podríamos ser una sola persona, como antes, pero decidimos ser dos.