Miénteme, y si es posible dime quédate.

Nos pasamos toda la puñetera vida buscando la perfección, con la mirada fija en nuestro propio ombligo, procurando ver sólo lo que queremos y oír sólo lo que nos gusta. Nacemos y maduramos de verdad cuando aprendemos a levantar la mirada, y ver qué es lo que realmente nos rodea. Cuando aprendemos a asimilar las grandes pérdidas, y a admitir que todo pasa por alguna razón que casi siempre desconocemos. Es el preciso momento en el que realmente llegamos a comprender que si algunas cosas se acaban es para que otras mejores puedan empezar. Que uno más uno no siempre tiene que ser dos, que la vida da mil vueltas y que los siempres e infinitos duran menos de lo que muchas veces nos gustaría. No es fácil asumir nuestro miedo hacia nosotros mismos, nuestro pánico a querer, a que nos importe alguien. Más jodido puede llegar a ser el no entenderte a veces, no saber lo que quieres cerca y lo que te conviene mantener lejos. Cómo mantenernos distances a las tentaciones que nos pone la vida, como pasar cada prueba del destino. Y sí, está comprobado que es mucho más divertido no saber por qué ríes que no saber porque llorás. El amor no es ciego, nosotros somos los que nos empeñamos en no querer ver la puta realidad. Porque sólo nos gusta lo perfecto, sólo criticamos los defectos, y damos más importancia a lo negativo. Porque somos así, por naturaleza, por instinto, sin quererlo ni beberlo. Tampoco hacemos nada por cambiarlo. Llamarlo pereza, o quizá nos conformamos con ser así, o puede que tengamos tendencia a rendirnos, o estamos demasiado ciegos para ver nuestro propio egoismo, o queremos hacernos los ciegos por no caer. Aparentar, aparentar, aparentar. Para que servirá aparentar si luego no somos casi nada de lo que aparentamos. Los que aparentan ser fuertes son los más debiles, y los que aparentan debilidad son los que más fuerza tengan probablemente. La excepción rompe la regla. Pero, y con esto termino ya la autoreflexión de hoy, no hay nada más triste que vivir intentando ser alguien que no somos, tal vez porque vivimos con miedo de enseñar nuestro verdadero yo, o por miedo al rechazo. Sientete orgullosa si has sido rechazada, pero si ha sido por ser quien eres, y no por ser alguien que nunca serás. Da lo que recibes, que te importe a quien le importas, quiere a quien te quiera, ayuda a quien te ayude, llora por alguien que lloraría por tí. Porque la vida es así, más perra o menos perra, pero nunca esperes nada de nadie, y serás más feliz, porque te decepcionarán menos.